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Hanna Karina Sandoval

Tradiciones Herméticas

Mi Maestro el Dolor

dolorQué año con tanto aprendizaje, a pesar de que el dolor estuvo muy presente. El dolor ha sido mi maestro este año, un maestro poco ortodoxo, a quien siempre rechacé y le huía. Finalmente ya no pude escapar.

Fui experta escapando, camuflándome, esquivando aquello que no quería ver y estaba dentro de mí. La vida me daba situaciones para que lo viera, mandándome personas y acontecimientos que pudieran remover eso que cómodamente se camufló en el linaje de mi familia, siendo el alcoholismo la salida para no sentir.

Hoy falleció una tía lejana en un incendio, pero cercana en linaje a fin de cuentas.  Ella ya no podía movilizarse, su obesidad ya no se lo permitía, así que estaba postrada en su cama. La gran masa de su cuerpo quería también tapar su dolor. Su desayuno consistía en yogurt y una chata de ron, luego seguía durmiendo con vela, porque le cortaron la luz y estaban a punto de desalojarla. Mis tías y mi madre la ayudaron un tiempo, querían llevarla a un asilo pero ella se negó y el dinero lo usaba para beber alcohol, es así que desistieron, y hoy en las noticias toda la familia se enteró.

Ya tengo 9 meses sin beber alcohol, nunca me consideré una alcohólica pero el alcohol si me daba algunos problemas cuando cometía excesos. Adormecerse y decir cosas que no brotan cuando estás sobria ¿Por qué eso?  A pesar de la lejanía con esta tía, realmente se generó un terremoto dentro de mí. Morir quemado también es quemar karmas, y siento que su ser superior tomó esa decisión por ella y por los que compartimos algún chip adictivo en nuestro ADN. Definitivamente no volveré a tomar, no lo necesito, no aporta nada a mi vida y gracias al cielo, no lo extraño. La vida sin alcohol es una vida que se ve con otros ojos, más humanos, lo que me permite sentir.

Buscar la espiritualidad puede convertirse en una búsqueda para no sentir, y ahora soy consciente de eso. Es por ello que mi chip cambió por completo y ahora vivo mi espiritualidad desde la materia, con los pies en la Tierra y ya no busco reconciliarme con la materia en la espiritualidad. Muchos buscamos la espiritualidad porque las cosas de la Tierra no andaban bien, por ejemplo en nuestro ambiente laboral, en las relaciones o en la vida misma.  En mi caso por un tiempo busqué el contacto extraterrestre sintiéndome especial y dejando de responsabilizarme de mis asuntos mundanos. Nos dicen que las personas espirituales son puro amor, y si manifiestan dolor, ira, sufrimiento, se vuelven “poco evolucionadas”. En este afán de querer ser ecuánimes y estar en estado zen permanente lo que observo es  un caos interno que se manifiesta en juicios hacia los demás, juicios hacia uno mismo, y por supuesto caos en la propia vida, el no abrazar la sombra, tema del que hablo bastante.

En este afán de iluminarse y ser como magos, un error o un acontecimiento de dolor o fracaso se convierte en la propia sombra. Aquellos maestros que buscan ser perfectos y mostrarse al mundo como si tuvieran la vida resuelta lo que genera es que tarde o temprano caiga una avalancha en sus vidas, como lo he podido observar. Ayer hablando con un buen amigo que es terapeuta me decía: “Ser maestro no se trata de lo que uno tiene para enseñar, sino más bien de la oportunidad que tiene para aprender”. Y es porque él aprende mucho de sus pacientes y de su propio reflejo en ellos, lo cual le brinda un gran aprendizaje. Y es que maestros somos todos en los que nos toca, hemos venido a ofrecer nuestros dones y herramientas a la humanidad y no hay que sentirse perfectos, libre de karmas, pensando que no podemos demostrar vulnerabilidad a los demás porque eso sería un fraude.

Por otro lado, nos volvemos tan conceptualizados que ante cualquier situación de la vida podemos darle explicación e intentar “trascenderlo” entendiéndolo desde un punto de vista de observador, y también es una forma de escapar, de no sumergirse de frente en el lodo para no sentir, como humanos que somos. Y toda esa evasión nos va poniendo corazas para no ser dañados, justamente por miedo al dolor, al rechazo, al sufrimiento, a la soledad, etc.

Muchas personas no pueden terminar sus relaciones a pesar de ser muy infelices por miedo a la soledad. Yo me acostumbré tanto a estar sola que tengo temor a perder el equilibrio que poco a poco voy obteniendo con mi disciplinado ritmo espiritual de meditaciones, canalizaciones, etc., es el otro lado de la moneda, lo sé.  Es mi parte masculina que se manifiesta, a base de voluntad y determinación para acercarse a Dios, como los yoguis ortodoxos, solo que soy floja para el yoga. Sin duda es una forma de llegar a Dios, a través de la devoción, pero sin embargo, es muy fácil desconectarse de nuestro lado femenino, de nuestra conexión con la Tierra y con los sentidos. Ver otros planos y no ver lo que está frente a uno, sentirlo, olerlo, experimentar, caerse, llorar, conocer nuestras vulnerabilidades, disfrutar sin culpas de todo lo que la Tierra nos da.

Permitirnos expresar nuestra real verdad, sin miedos al qué dirán, sin miedo al rechazo, al desequilibrio que pueda generar un romance que puede durar un día, un mes o el resto de la vida. Caminar sin expectativas, aprendiendo del otro, reconociendo tu propio espejo en los demás para abrazarlo e integrarlo. Dejar de analizar tanto de manera conceptual, o ver cómo están alineados los astros para comprender lo que nos está pasando, reconocer a Dios en todita la humanidad, tener compasión por los que sufren, sin lástima porque eso también es un juicio.  ¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, como dice el poema de San Juan de la Cruz.

El dolor es un maestro porque está para mostrarnos lo que nos falta para transcender. Inclusive dejando una adicción sin enfrentar el  dolor estancado se manifiesta el   “síndrome de abstinencia”,  o enfermedades como la  fibromialgia o el propio cáncer. Una emoción estancada que no queremos ver  se manifiesta a través del subconsciente y va a buscar salir a como de lugar. Y finalmente, mis respetos a mi maestro, el dolor, que me permite ver aquello que está estancado dentro de mí, aquello que no me está permitiendo ser puro amor. Aún hay camino que recorrer, guerras internas que vencer, miedos que superar, pero en cada paso se va forjando el camino, algunas veces caminaré lento, otras correré, incluso volaré, pero todo es  como es y no como debe ser.