fbpx

Hanna Karina Sandoval

Tradiciones Herméticas

Mi amigo el Ángel la Muerte

He muerto tantas veces, que el Ángel de la Muerte se convirtió en mi amigo.

Muertes por mordedura de serpiente, cercenada, quemada, por caída, asfixiada, por ahogamiento, lapidada… tantas muertes.

El sicario, mi alma.

El verdugo, el ángel más temido.

—¿Por qué Azrael?

—Por órdenes tuyas. —responde. Eres una acusadora.

—Te quiero porque eres el único que no me ha abandonado, mataste mis amistades, mis amores, mis hijos, mi mascota. No se puede morir más.

—Se puede. —balbuceó. Mataste tus sueños, cortaste tus alas, embarraste de estiércol tu luz, escupiste al cielo, te disfrazaste, blasfemaste, asesinaste, eres adúltera, bruja, rastrera, corrupta, alcohólica, gula, fornicadora… ¡Muere!

La vieja guitarra criolla, la banda sonora, la perra en celo, el Callao mugriento, llueven peces, hay cientos de eclipses, y yo intento bailar marinera, tocar el cajón, tener un rebaño de ciervos.  Soy atacada por los lobos, llegan los gallinazos a esperar. Se me cae la dentadura, estoy en el contenedor de basura, me comen los gusanos.

—Finalmente morí.

—Al fin. —dijo Azrael. Debo irme.

—¡No te vayas por favor! —grité.

—Hecho está. Los ángeles sólo tenemos una misión.

—¿Ahora qué?

—Los finales son principios

Poco a poco me adapto a la luz cegadora, soy águila, miro al mundo desde lo alto, no hay dramas, ya no hay esclavitud. Piso la serpiente, vuelvo a volar, cruzo desiertos que antes me aniquilaban, otras águilas me acompañan. Ahora soy una cabra, desafío la gravedad, subo a las cimas de las montañas, también me caigo. Ya no enveneno, soy todo lo que quiero ser; delfín, mariposa, yegua, leona, espora, da lo mismo.

He muerto demasiadas veces al anularme. Mis llagas están cicatrizando. Ya vivimos esto en el Becerro de Oro, ya comí muchas manzanas prohibidas y envenenadas, solo quiero danzar, y eso hice.

Sangre, llagas, caídas, pero seguía danzando, el público a veces es amable, otras despiadado, pero yo sigo danzando. Amores, desamores, cima, sótano, pero yo sigo danzando, hasta que finalmente paré.

—Hola. —saludó Azrael.

—Te extrañé. ¿Ahora qué viene?

—No debería decírtelo.

—¡Por favor!

—¿No te das cuenta? No hay respuestas aquí. En este lugar entre mundos, entre sueño y vigilia, la realidad se retuerce y se enreda como las serpientes que te han mordido, como las lenguas de fuego que te han quemado.

Sus palabras me sumieron en una confusión aún más profunda. ¿Dónde estaba yo realmente? ¿En el reino de los muertos o en un rincón olvidado de la conciencia?

—La verdad está en la danza —continuó Azrael, su voz como el susurro del viento a través de un bosque de sombras.

De repente, el paisaje cambió. Estábamos en medio de un baile sin fin, un frenesí de formas y colores que se retorcían y se fusionaban en un torbellino caótico. La vieja guitarra criolla se convirtió en un pulpo gigante, sus tentáculos retorciéndose en un baile hipnótico. Llueven peces, hay cientos de eclipses, y yo intento bailar marinera, tocar el cajón, tener un rebaño de ciervos.

Los lobos se convirtieron en sombras danzantes que se fundían con los árboles, y los gallinazos eran ahora mariposas de fuego que revoloteaban alrededor de nosotros. Mi dentadura caída se convirtió en un coro de voces que cantaban en un idioma antiguo y olvidado, y los gusanos se transformaron en seres de luz que se tejían en un tapiz de historias.

—¿Qué es esto? —pregunté, asombrada y desconcertada.

Azrael sólo sonrió.

Me dejé llevar por el caos que me rodeaba. Azrael y yo éramos dos almas perdidas en un océano de posibilidades, explorando los rincones más oscuros y luminosos de la mente. El tiempo y el espacio se disolvían en una espiral interminable.

Y entonces, en medio de la danza, todo se desvaneció. Nos encontramos en un lugar tranquilo, rodeado de oscuridad y silencio. Azrael me miró con sus ojos de sombra y susurró:

—Los finales son principios. Ahora, elige.

Me encontré frente a una bifurcación en el camino, donde dos caminos se extendían hacia el infinito. Uno llevaba de regreso a la vida, a la realidad conocida y a las experiencias humanas. El otro conducía a un mundo desconocido, un reino de sueños eternos y posibilidades infinitas. La elección era mía, y aunque no sabía lo que me deparaba en ninguno de los caminos, sentía que ambos eran igualmente fascinantes y misteriosos.

Miré a Azrael y sonreí, dejando que mi corazón decidiera.

—Danzaremos juntos, en el mundo de los sueños eternos.

Azrael asintió y extendió su mano hacia mí una vez más.